Crecí en una familia bastante artística. El arte, el pensamiento mágico y creativo y el uso de la imaginación siempre se estimuló y fomentó en mi hogar. También se trataba de una familia bastante científica, y para mí, esto no es contradictorio. Mi hermano mayor se fue a otra ciudad al terminar el colegio y por muchos años, las que habitamos en mi casa familiar fuimos sólo mujeres. Desayunábamos juntas, cocinábamos juntas, compartíamos la misma ropa, veíamos películas juntas, caminábamos juntas y en nuestras interacciones había muchísimo sentido del humor. Esto lo destaco, pues no estuvimos exentas de gran sufrimiento, pero aún así, compartíamos mucha alegría y de esa forma desarrollamos la resiliencia. En resumen, nos apoyábamos mucho, éramos una tribu. (Seguimos siéndolo, pero a distancia).

Una práctica del día a día, al desayunar, era preguntarnos: ¿Qué soñaste anoche? Luego de eso pasábamos largos minutos relatando y analizando nuestros sueños, preguntándonos qué significado tendrían, riéndonos o enfocándonos en los detalles y personajes que aparecían en ellos. Hay algunas personas que considerarían que esta práctica no es “productiva”, o que es una “pérdida de tiempo”. Para nosotras, era un ritual muy importante, unificador y bello, y como muchas otras cosas, no tenía que tener un propósito establecido. La creencia que nos unía en torno a esta pregunta era que existen distintos tipos de sueños, algunos con mensajes del inconsciente, otros que no sabíamos de dónde venían y otros de carácter espiritual. Y todo esto, aún me resulta fascinante y entretenido. Hasta el día de hoy, despierto y trato de analizar mis sueños de inmediato. Incluso tengo una canción llamada “Onírico“, y un proyecto de cuento (desde hace más de 10 años!) respecto a este tema, pues realmente me gustan mis sueños, me encanta soñar!

La casa siempre estuvo rodeada de arte y música. Siempre sonaba el folklore latinoamericano y el rock (latino y anglo). Íbamos a ver eventos artísticos y, (siendo mis dos hermanas músicas, y yo también), en algunos participábamos nosotras mismas.

El pensamiento creativo me ayudó enormemente a sobrellevar ciertas dificultades. En nuestra sociedad “el arte” es un concepto muy extraño y el sistema laboral impuesto hace que el artista sufra mucho. Algunos padres de jóvenes artistas tienen el concepto de que para ser exitoso hay que generar muchos ingresos monetarios y que el arte “no sirve para nada”. Les preguntan a sus hijos: “¿Para qué lo haces?”, “¿Se puede vender?”. La respuesta es la siguiente: Un artista respira arte. Un músico respira música. No tiene porqué tener un propósito específico, el sólo hecho de crear alimenta su espíritu, su alma. Un artista conoce su propósito en la vida: es crear. ¿Cuántas otras personas pueden decir que conocen su propósito? Muchas pasan años buscándolo antes de saberlo. En este sentido, el artista es privilegiado. Porque el arte es un llamado. No se calla hasta que lo escuchas.

Cuando me fui a Santiago a estudiar Música, sufrí mucho por ser artista. Sufrí incomprensión, exclusión y rechazo. Pienso que incluso envidia, por mi forma libre de pensar, y algunas personas se aprovecharon de mi ingenuidad y de mi forma romántica de ver la vida. Otros me quisieron encasillar en un molde, intentando darme otra personalidad, queriendo que me transformara en alguien que no soy, que tuviese un trabajo “establecido y aprobado por la sociedad”. No les tengo ningún rencor y entiendo sus motivos, pero fue una lucha constante y por lapsos de tiempo perdí casi por completo mi identidad, ya que era muy insegura de mí misma y complacía a los demás buscando su aprobación. Luego de unos años de tener trabajos part-time, comencé (con mucha presión sobre mis hombros), a trabajar en una oficina a tiempo completo. Estuve ahí por 3 años. Estuve enferma casi todas las semanas. Me daban unas migrañas horribles, tenía que irme más temprano a mi casa constantemente, mi jefe de aquella época sabía de esta situación y me daba esa facilidad porque era buena en lo que hacía y sincera respecto a este tema.

En ese entonces me conocía tan poco, que volvían a aflorar mis inseguridades infantiles “¿Porqué no puedo ser como los demás?”, “Hay algo raro en mí”, “Soy extraña”. Veía mi forma de ser desde la carencia en vez de verla desde la fortaleza. No sabía que es bueno ser diferente. No sabía que el arte era tan necesario, tan vital. Y no quería volver a pasar hambre (hubo un año en que casi sólo comía maní, porque no lograba hacer el dinero para pagar el arriendo y los gastos y poder tener dinero extra para la comida).

Pero esto no era porque fuese artista, esto era porque no sabía la verdad: yo no fui creada para estar trabajando en una oficina a tiempo completo, yo fui creada para cantar y crear. Porque esa es mi esencia real. Porque si no escribo, si no hago música… me muero. Así de simple. Y no es – como me dijeron alguna vez – porque era dramática o porque era “demasiado” sensible (Yo me pregunto ¿Quién tiene la potestad para decir que alguien es demasiado sensible? Dónde está establecido que hay que tener hasta un, digamos, “80%” de sensibilidad solamente, porque o si no, se es demasiado sensible?).

En mi caso, hago música y escribo, y para mí es tan simple como respirar. Es fluido, fácil y sencillo. No requiero de gran análisis pues es como si me conectara a una fuente infinita de palabras y melodías y sólo las saco a través de mi voz. Pienso – y siento – que la música es espiritual. Siento además que es muy necesaria para la vida en este mundo, que está tan lleno de dolor. Por ejemplo, esos padres que no quieren que sus hijos sean músicos también escuchan música y tienen cantantes favoritos. ¿Qué habría pasado si a esos artistas les hubiesen dicho que estudiaran otra carrera que les diera más dinero?

El mundo se beneficia del arte, y ya es tiempo de que se le dé la importancia que realmente tiene.

Blog

4 Replies to “Artista (Parte 1)”

Leave a Comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.